La Adicción que Todos Ignoramos: Cómo el Trauma Infantil Moldea Nuestras Vidas

Apr 28, 2025

¿Y si la adicción no fuera realmente sobre drogas, sino sobre dolor emocional no resuelto?
El revolucionario enfoque del Dr. Gabor podría cambiar cómo enfrentamos uno de los mayores desafíos de salud pública.

La adicción, según Gabor, es menos un trastorno clínico y más un intento desesperado por resolver un sufrimiento profundamente humano. No es meramente el consumo compulsivo de sustancias, sino cualquier conducta capaz de ofrecer un efímero alivio al dolor emocional o físico. En este sentido, la adicción es universal: todos conocemos de cerca esa búsqueda incesante de consuelo, aunque las formas puedan variar enormemente entre las personas.

Para entender cómo funciona la adicción en el cerebro, Gabor señala a los opiáceos y las endorfinas, esas sustancias químicas que naturalmente alivian el dolor, generan sensaciones de placer, facilitan el apego afectivo y promueven la cercanía humana. Cuando estas experiencias se ven interrumpidas o dañadas, los adictos recurren a sustitutos externos para simular aquello que el cuerpo y la mente anhelan profundamente. Ahí es donde entran en juego sustancias como la heroína, el alcohol, o conductas como el juego compulsivo.

Dopamina, la "molécula del deseo", también desempeña un papel crucial en el desarrollo de la adicción. Esta sustancia no está relacionada solo con el placer, como se suele creer erróneamente, sino con la motivación, la vitalidad y la búsqueda de recompensas. Para las personas propensas a la adicción, cuyo cerebro ha sufrido desde etapas muy tempranas, esta búsqueda se torna urgente, desesperada, e incluso destructiva.

Gabor enfatiza que el cerebro humano es extremadamente sensible a las condiciones de su desarrollo temprano. Las experiencias adversas en la infancia, como el abandono, el abuso o la negligencia emocional, pueden provocar alteraciones profundas en los sistemas neurológicos de recompensa, estrés e impulso. Estas heridas iniciales pueden llevar a la angustia crónica y la dificultad para autorregularse emocionalmente, dos características centrales en las personas con tendencias adictivas.

Este vínculo entre trauma infantil y adicción no es casual ni anecdótico. Gabor recurre al estudio ACE (Experiencias Adversas en la Infancia) y a sus experiencias clínicas en el Downtown Eastside de Vancouver para ilustrar cómo cada experiencia adversa incrementa significativamente el riesgo de adicción y otros problemas de salud física y mental. Esta evidencia refuerza la idea de que la adicción es una respuesta adaptativa, aunque mal dirigida, al dolor emocional no resuelto.

La relación entre salud mental y adicción es también un tema fundamental. Según Gabor, trastornos como el TDAH, la depresión o el estrés postraumático a menudo son "automedicados" con sustancias o comportamientos adictivos. Cuestiona firmemente la idea simplista de que estos trastornos sean principalmente genéticos. Más bien sostiene que lo que se hereda es una sensibilidad particular al entorno, y que el contexto emocional en la infancia es crucial en determinar cómo se manifestarán posteriormente estos trastornos.

El apego temprano, subraya Gabor, es esencial para comprender esta dinámica. Históricamente, el apego se desarrollaba naturalmente en comunidades estrechas y solidarias, algo profundamente alterado en la sociedad moderna. Ahora, muchos niños se apegan más a sus pares que a los adultos que deberían cuidarlos y protegerlos, lo que genera inseguridades fundamentales y perpetúa ciclos de vulnerabilidad emocional. La solución, para Gabor, está en reconstruir estas relaciones clave desde la compasión y la empatía, no en imponer disciplinas rígidas o castigos superficiales.

Finalmente, el papel de la compasión en el tratamiento del trauma y la adicción emerge como esencial. Reconocer y abrazar el propio dolor, en lugar de rechazarlo o negarlo, es un primer paso crítico hacia la sanación real. La prevención efectiva, según Gabor, debe centrarse en fomentar conexiones emocionales auténticas desde la infancia temprana, permitiendo así una verdadera recuperación que vaya más allá de simplemente suprimir síntomas externos.

Este enfoque empático y profundamente humano promete, según Gabor, no solo entender mejor la adicción, sino también transformar radicalmente nuestra manera de enfrentarla.

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